Hace poco más de 13 años tomé una de las mejores decisiones de mi vida.
Pasé un verano entero leyendo filosofía, en concreto una colección del Círculo de Lectores sobre la "felicidad". De los estoicos a Nietzsche, de Epicuro a Russell, cada uno a su manera me fueron convenciendo de algo que para mí es ahora absolutamente evidente: el único objetivo del ser humano es ser feliz.
¿Y entonces? ¿Cómo se hace eso de "ser feliz"? ¡Bien fácil! Tomad asiento, os lo explicaré.
Posiblemente creáis/creamos que la felicidad consiste en una suerte de totum revolutum en el que la fortuna, las condiciones materiales y los agentes externos desempeñan algún tipo de rol. Cuántas veces hemos tenido que cambiar el rumbo de nuestras vidas por un golpe de (buena/mala) suerte; cuánto nos ha afectado lo que opinen los demás, la viabilidad de ciertos proyectos o las circunstancias que no dependían de nosotros. Pues bien, hace poco más de 13 años aprendí que nada de eso importa. La lectura de autores como Séneca, Marco Aurelio o Cicerón colocó delante de mis ojos algo que muy poca gente estaría hoy en día dispuesta a aceptar: la felicidad depende única y exclusivamente de uno mismo.
Por eso me apena y me abruma la cantidad de gente hastiada por la situación política o económica, trabajadores estresados por las condiciones laborales a las que se ven sometidos o desempleados agobiados por no encontrar trabajo. Personas que lo dan todo por la ecología, el feminismo, la libertad de expresión, el laicismo o la diversidad cultural. Individuos que hipotecan su felicidad por un proyecto de futuro, si no utópico, sí absurdamente improbable. Haceos la pregunta, amigos: ¿sois felices? ¡Pues no lo aparentáis!
Todos esos proyectos espléndidos no son sino consecuencia de un grave error en la concepción de nuestra sociedad. La idea de que tenemos la capacidad de cambiar aquellas cosas que no dependen de nosotros mismos provoca aquí y allá frustración y derrotismo, nos hace desgraciados y genera rebaños de pesimistas empedernidos.
Amigo lector. No encontrarás la felicidad en aquellos proyectos que crees que son dignos de tu dedicación compulsiva y que piensas que pueden cambiar el mundo. Dejar un mundo mejor a tus hijos y nietos no será, para ti, una fuente de gozo y satisfacción, pues es algo que por entero depende de circunstancias que van más allá de tu persona. Acabar con la corrupción política no es una empresa que te vaya a reportar grandes alegrías y buenos sentimientos, antes al contrario, pues la acción política individual no es más que un nefasto y desgastado oxímoron.
La felicidad está en compartir un ágape con los amigos y recordar viejas historias que nunca mueren. Está en compartir la risa y el llanto. Está en todos aquellos pequeños proyectos que no tienen grandes pretensiones: releer aquel libro que te emocionó de pequeño; escribir para ti mismo aquellos pensamientos que hace semanas que te rondan la cabeza. Confesarte con esos buenos (y por ende, pocos) amigos que siempre saben escucharte. Estar al lado de tu familia cercana, en lo bueno y en lo malo. Hacer reír a esa persona de la que te enamoraste o de la que (seguro) te enamorarás. Disfrutar del silencio, solo, o en compañía de quien sabe disfrutarlo igual que tú. Reconocer y aceptar tus virtudes y defectos. Reconocer y aceptar tu finitud. La felicidad es un abrazo. Es la palabra adecuada en el momento adecuado. La felicidad es la vocecita de tu sobrina de 17 meses llamándote "tío" mientras te sonríe y camina hacia ti con esa ilusión que los humanos perdemos cuando nos volvemos adultos.
¡Aprendedlo de una vez!