dijous, 22 de gener del 2015

No sé por qué dejé de escribir



No sé por qué dejé de escribir. Miento: sí lo sé. Hay momentos en la vida en los que uno se limita a ser un observador paciente, pretendidamente neutral. Uno deja de tener cosas que decir y, en consecuencia, las cosas se limitan a pasar.
¿Pero es así como queremos vivir? ¿Queremos simplemente dejar que las cosas sucedan? ¿Realmente no tenemos nada que decir? ¿Es posible que la vida de alguien pueda llegar a ser así de triste? ¡No! ¡Imposible! Tanto tiempo en silencio ha provocado en mí la incómoda sensación de tener más cosas que decir que palabras tiene el lenguaje.
Hay momentos en la vida en los que uno ya no se limita a ser un observador paciente y pierde la pretendida neutralidad. Uno se convierte en actor, toma las riendas de su propio destino y aprende del pasado para construir su propio futuro. Durante estos últimos años he aprendido que siempre estamos en continua evolución, que nunca somos la misma persona que ayer. Siempre somos una persona mejor. También he aprendido que en esta vida lo más importante no es tener la razón y que cualquier persona siempre puede tener algo que enseñarte.
Pero, ¡ah!, esas cosas no son fáciles de asimilar, no es una lección que se aprenda de hoy para mañana. Llega un momento en el que esa persona o aquella situación te hacen aprender a marchas forzadas. De repente, no sabes dónde estás, no entiendes en qué instante dejaste de tener la razón. Y sólo entonces es posible ver con claridad que no podemos mantenernos en una posición estática en nuestra atalaya. La situación nos demanda que hagamos algo diferente, que abandonemos nuestra supuesta objetividad para entender al otro. ¿Será que por fin estoy entendiendo a Lévinas? ¡Quién lo diría!
Por qué dejé de escribir…